Gallardón y la favela de Madrid
De tanto esconder el problema, ha aparecido bajo la alfombra una ciudad más grande que Soria, más grande que Teruel. Ya no hay quien lo barra. El poblado chabolista de la Cañada Real tiene 40.000 almas y pocas iglesias –hay una parroquia católica, una mezquita y un templo evangelista–. A falta de catedral, la torre más alta es la chimenea de la incineradora de Valdemingómez. En vez de autobuses, circulan los camiones de la basura, que cruzan la calle principal a todas horas. Toda la mierda de Madrid pasa por allí, camino del infierno, camino del fuego de la incineradora. En lugar de la escuela está la calle.
Si pudiesen votar las 40.000 personas que allí viven, tendrían derecho a un par de diputados. Ni siquera tienen un alcalde. El estirado recorrido de esta ciudad lineal del tercer mundo se reparte entre tres ayuntamientos: Madrid, Rivas y Coslada. Alberto Ruiz Gallardón la engordó con su plan contra el chabolismo, una mera operación estética que no acabó con el problema: sólo lo alejó del centro de la villa que quería ser olímpica. Mientras las excavadoras se comían los viejos poblados chabolistas de La Rosilla, Pitis o Las Barranquillas, la Cañada Real crecía con los expulsados. En mayo de 2004, tras el derribo de uno de estos poblados, fue el mismísimo Ayuntamiento de Madrid quien puso los tablones de madera y la uralita para levantar el último ensanche de esta urbanización de la miseria. Fue en un solar lleno de basuras, en primera línea de vertedero, frente a la incineradora. Los técnicos del Ayuntamiento no sólo llevaron el material: también delimitaron las parcelas para los realojados. Que no se diga que el alcalde no vela por un urbanismo responsable.
Ahora la Cañada explota y no es de nadie. Fue de la Mesta, del viejo concejo de los ganaderos trashumantes de Castilla que muchos siglos atrás dominó la economía de la península. El Paseo de la Castellana también formaba parte de la misma red de enormes vías para los rebaños de ovejas. Ahora los desheredados son huérfanos. Gallardón prefiere esquivar el tema, a pesar de que algunos de los vecinos pagan desde hace años sus impuestos municipales. Esperanza Aguirre también mira hacia otro lado y se olvida de que la gestión de las cañadas es cosa de la Comunidad de Madrid, es cosa suya.
Dicen algunos policías que la batalla campal del jueves no fue para tanto, que sólo fue noticia de portada porque ese día estaba allí la tele, que no es la primera vez que pasa, que no será la última. Vivimos en un país donde una favela puede ser más grande que una capital de provincia sin que nadie se entere si no sale en los telediarios. Hasta esta semana, sabíamos más de los suburbios de París o de Río de Janeiro que de los nuestros. Mañana lo olvidaremos. Ellos seguirán allí, aunque no miremos.
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Fe de erratas: en el artículo original decía que no hay ninguna iglesia católica. Sí la hay: la parroquia de Santo Domingo de la Calzada. Siento el error.
2 comentaris:
molt bon post a la teva línea, felicitats, molt currat
Gràcies, m'ha costat perquè el que portaven la gran majoria de mitjans era vomitiu.
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