dilluns, 12 de gener del 2009

Once años, perdón..., once dias

vinyeta de Manel Fontdevila a El Público d'avui

Una amiga israeliana (repeteixo, un cop més, que no tinc res en contra el poble d'Israel, mantinc molt bones relacions amb gent de moviments antimilitaristes, refushniks, objectors..., sinó contra el seu govern belicista i criminal) envia un escrit, des de Gaza, d'una periodista, també, israelí, Amira Hass. Per cert llegiu el diari El Público d'avui, parla, també, del rebuig d'historiadors i intelectuals jueus als mètodes del govern d'Israel

7 de enero, 2009

El martes, 6 de enero de 2009, Maher supo que había llegado la hora de salir disparado, de evacuar, de huir, de salvar el pellejo. Désele el nombre que se quiera, coger rápidamente a los niños, a los hijos de tu hermano, a tu madre que acaba de ser operada a corazón abierto, que tenía precisamente la misma edad que tu hija, 13 años, cuando el ejército israelí la expulsó a ella y a los habitantes de su ciudad en 1952 (sí, no en 1948, podría haber sido un ciudadano israelí, decías bromeando, si un Israel de cuatro años de edad no hubiera expulsado a los palestinos restantes de la ciudad de Majdal y les hubiera obligado a huir hacia el sur, a Gaza), a quien le importa que en los últimos 15 años tu y tu mujer hayáis ahorrado céntimo a céntimo para salir del hacinamiento del campo en el que tu madre creció como refugiada y luego os trajo al mundo a todos vosotros y luego os mandó a estudiar porque solía decir que nosotros los refugiados no tenemos otro capital que la formación, a quien le importa que estudiaras y sacaras buenas notas y lo mismo tu mujer y que no sólo tu encontraras trabajos respetables e interesantes y no sólo viajaste sino que hasta construiste una casa espaciosa, a quien le importa si esa casa de las afueras de Gaza iba a ser ahora bombardeada y demolida y triturada y quemada con las más sofisticadas versiones en alta tecnología de la pólvora, que ha estado cayendo sobre tí en los últimos 11 días, 11 días que parecen ser 11 años, como todos dicen, a quien le importan los libros y los portátiles y los juguetes de los niños y los muebles que están ahora condenados, la casa de tu hermano –algo más al norte de esta peligrosa franja de tierra- ya ha sido evacuada y alcanzada por un misil y él ni siquiera tiene interés en ir a ver los daños, lo único que ahora importa es salvar las vidas de todos, ahora sabes de verdad que es ser un refugiado, dices, no te preocupas de nada, todo lo que habías construido durante toda tu vida no vale nada, no te queda más que salir de los campos en llamas en las afueras de Gaza, donde el ejército ha lanzado octavillas desde sus helicópteros, requiriendo a la población que evacuara sus casas y luego, por si no te había quedado claro, ese ejército te disparaba desde los tanques apostados tan cerca que podías oír sus motores aullar y bramar, luego usaban unas extrañas y nuevas técnicas –unas bombas que explotan y se convierten en cuchillas de fuego que todo lo abrasan y cuando intentas echar agua no lo apaga sino lo contrario, lo aviva, todos los árboles han desaparecido, calcinados--, lo que importa es alejarse del fuego y de la nube de polvo y humo –tan espesa que no ves a quien va delante de tí- y os subís a dos coches, rogando al dios en el que no crees que evite que un obús, una bomba o un misil los alcance como pasó con algunas ambulancias (y mató a varios sanitarios), y a algunos técnicos de una compañía de teléfono, o acaso no les dispararon a propósito sino que cayeron allí accidentalmente, como ocurrió días atrás al lado de un tanatorio donde velaban a un joven muerto que se había prestado voluntario para las ambulancias, no podemos recordar todos esos casos y detalles que se nos han referido y hemos oído en los últimos 11 años, perdón, días, tantos muertos, no pienses ahora en eso, lo único que importa es poner a tu familia en un lugar seguro, ¿seguro?, sabemos bien que no hay lugar seguro en Gaza, todos tus vecinos han evacuado ya sus casas, tu y los demás los habéis visto, decenas, cientos, miles, agolpándose en las calles o en lo que eran las calles y se han convertido ahora en cascotes de asfalto y trozos de edificios, todos están buscando un refugio, muchos son agricultores, no refugiados de 1948, algunos resultaron heridos en sus invernaderos o en los campos de cultivo donde se encontraban trabajando hasta el último momento, ahora la UNRWA ha abierto para ellos y otros como ellos 23 escuelas; familias, niños llorando, ancianos y mujeres que pensaron que 1948 había sido la última vez, mujeres embarazadas, niños aterrorizados, todavía en estado de shock por los miles de bombas y obuses y misiles que asaltaron su niñez y su sueño y les dejaron enmudecidos, sus ojos enormes llorando a lágrima viva, tu mujer es enfermera de maternidad, mientras tu evacuabas a los niños ella fue a la escuela, Fakhura se llama, que significa orgullosa, a visitar a las mujeres y a los niños y a darles pautas sobre cómo debían conducirse y convivir hacinados en ese espacio mínimo durante no se sabe cuántos días, y apenas habías llegado a tu refugio en el barrio más acomodado de Ramal en Gaza (que fue bombardeado aún más que los campos de refugiados) en que las radios sin cable de la gente (no hay electricidad, así que tampoco TV, pero a quién le importa ahora la electricidad, es el agua lo que nos falta desde hace 5 días, lo que de verdad nos vuelve locos) donde nos encontrábamos nosotros, sí, la radio de pilas gritaba la noticia de un obús que había alcanzado una escuela atestada de cientos de personas que buscaban abrigo, al principio no prestaste atención, estabas tan ocupado sacando a los niños y los pocos enseres que traías, pero de repente “Fakhura” taladró tu cabeza y dijiste no puede ser, llamaste a su móvil, pero sabías antes de llamar que el sistema se había colapsado, tres antenas habían sido alcanzadas por misiles o bombas o lo que fuera, le mandaste un sms, eran en torno a las 4 de la tarde, tu madre preguntó donde estaba tu mujer, le contestaste que estaba atendiendo a alguien y que llegaría enseguida, los niños preguntaron cuando vendría mamá, te quedaste mudo y por dentro sientes como un terremoto, en los últimos 11 años viste la muerte tantas veces que podrías imaginar… pero no te lo puedes imaginar, no puede ser que sea ella una de las diez que fueron asesinadas, según las primeras noticias, pero ahora, media hora más tarde son ya 15 los muertos, luego 30, algunos dicen que 40, y dejamos de contar, recuerdas vagamente que por la mañana 13 miembros de la familia Al-Dayya, al este de la ciudad de Gaza, cayeron muertos, padres e hijos, y que 8 miembros de la familia están todavía desaparecidos, quizás bajo los escombros, no merecen el “honor” de decorar los titulares de las noticias, igual que tantos otros niños y mujeres y ancianos que se hacinan en las estadísticas de la muerte que, cuando tienes el valor y escuchas la radio israelí, te dice que son “terroristas”, o civiles que “los terroristas pusieron allí para utilizarlos”, y que por eso es por lo que se sienten autorizados a lanzar bombas y misiles contra las casas en las que los activistas y dirigentes de Hamás se supone que viven, sólo que la mayoría de ellos han evacuado sus casas y los vecinos se quedaron allí, pero son las 5 y no tienes ni rastro de tu mujer y los flashes de cadáveres, miembros, carne destrozada, todo lo que has visto en los últimos 11 días de una pesadilla continua atraviesa tu mente y lo espantas, si los 11 días fueron interminables, la hora entre las 5 y las 6, cuando ella apareció, fue un millón de veces más larga, ella apareció y comenzaste a gritarla, por qué no me llamaste, por qué no me mandaste un sms, hasta qué punto la conciencia va rezagada con respecto a la realidad, te aferras a las rutinas como reprender a tu compañera porque llega tarde o por el uso del móvil, aun cuando en 11 días fuimos regresados a la edad de piedra, tu la gritas y ella se disculpa, también la disculpa es una rutina que no encaja en la realidad, y luego ella rompe a llorar, había sangre por todas partes, dice, unas personas me llevaron a casa en ambulancia, luego cogí el coche y vine hasta aquí, estoy cansada, necesito dormir, dijo, y tu sabes que se encuentra en estado de shock, es enfermera y ha tenido que ver mucho, particularmente en los últimos 8 días, pero no esto, nadie la había preparado para esto, todos estamos necesitados ahora de una psicoterapia colectiva, dices, lo que vi no es una guerra convencional, en la que la gente está en sus casas y las bombas fuera, y además las casas están llenas de humo, los niños se asfixian, intentas apagar el fuego pero lo reavivas, estáis todos aterrorizados, cada uno lo expresa de una manera, las mujeres tiemblan, sus manos trémulas, no pueden quedarse quietas, esto es lo que Haakub, nuestro amigo común, percibió, sacudió la mano de mi amiga Salwa, su vecina de mucho tiempo del campo de refugiados de Shabura en Rafah y se percató de cómo temblaba, pero su voz es tranquila y serena, no puedes contarlo por el teléfono, me sorprendo cuando me despierto al percatarme de que estoy viva, cuenta por el teléfono, sé que es sólo por un accidente que me encuentro viva, pero sus manos tiemblan, nuestro amigo común me musita al oído, por teléfono, también yo estoy asustado, claro, reconoce, pero no lo manifiesto, había olvidado su manera de gritar por el teléfono aquel sábado sangriento, el 27 de diciembre de 2008, en que las fuerzas aéreas israelíes lanzaron de una golpe cien bombas sobre la franja de Gaza, la mitad de sus hijos volvían en ese momento del primer turno de la escuela, la otra mitad y su mujer se dirigían a ella para el segundo turno, --las clases están tan sobrecargadas que las escuelas han extendido el sistema de los dos turnos, más de la mitad de la población de Gaza son niños menores de 18 años—y todos esos niños estaban en las calles cuando el orgullo de la tecnología israelí y americana exhibió su poder sobre los campos de entrenamiento vacíos de Hamás y las concurridas comisarías de la policía civil, la mayor parte de ellas ubicadas en el centro de las ciudades, cerca de las escuelas, Yaakub se olvidó de cómo gritaba por el teléfono cuando le llamé con esa noticia estremecedora, demoledora, gritó que ninguno de sus hijos respondía, que no sabe lo que les sucedía, que su mujer acababa de precipitarse corriendo hasta la escuela en la que da clases, están locos, se dijo a sí misma, y en los días siguientes se tornó cada vez más callada, sus frases cada vez confusas, a veces dejaba escapar un estallido de risa, por ejemplo cuando habló sobre un programa nocturno de radio, en una emisora local que todavía y de forma milagrosa sigue funcionando, y todos los comerciantes y trabajadores que solían trabajar en Israel y saben hebreo llaman e intentan analizar la política de Israel, las declaraciones de Israel, y luego comienzan a evocar aquellos años en que todo estaba abierto, como hacía Ahmad Sammour cuando hablé con él por teléfono, el primer día del año nuevo, Ahmad Sammour, Abu Imad, un cerrajero, que había trabajado 31 años en Israel y construido toda una barriada es Ashkelon (Majdal, la ciudad natal de la madre de Maher), hasta que el mundo se cerró sobre ellos y abrió su propia tienda al este del pueblo de Jabalia, puedes llamar a Jack, mi antiguo jefe, trabajé en su tienda de cerrajería en Ashkelon, me dijo por teléfono, en hebreo, puedes llamarle, te hablará de mí, hasta el día de hoy le llamo papá, él te dirá que yo no soy, dirá a su ejército que yo no soy de Hamás, tenéis muchos expertos, que vengan y vea que el camión que alcanzó su misil era mi camión , y que las “decenas de misiles Grade”, que había en el camión según el ejército israelí eran las herramientas de mi tienda y unos pocos contenedores de oxígeno que usamos para fundir el metal, las puertas y verjas que fabricamos, no cohetes, pero ellos destrozaron mi camión y mi hijo ha muerto, y lo mismo otros 7 jóvenes y niños que me ayudaban a limpiar la tienda tras el bombardeo de una casa próxima, teníamos miedo de que las puertas abiertas tentaran a los ladrones, de modo que unas pocas horas después de que la casa fuera alcanzada llegamos en el camión y en el Golf blanco de mi cuñado, y empezamos a limpiar y cargar, lo que explotó eran recipientes de gasolina y siempre había diesel en reserva a causa de la escasez del mercado, lo que explotó no fueron misiles, como tu ejército dijo, sino nuestro oxígeno y nuestra gasolina, mi cuñado acababa de cargarlos en su coche, que cargamos con electrodos, --50 paquetes de 4 kilos cada uno, que se usan para fundir—y oyó la explosión, salió corriendo y vio a todos muertos, sus hijos, mi hijo, los vecinos que estaban echándonos una mano, y volvió a casa y desde entonces golpea su cabeza contra la pared, tenéis expertos, que vengan y vean que no había misiles Grade, todo está a la vista ahora, quemado, al lado de la tienda, nadie se atreve a tocarlo o quitarlo, no vaya a ser que los ingenios teledirigidos lo detecten como algo de Hamás y lancen un misil, puedes llamar a Jack, todavía le llamo padre, me había llamado hace poco preguntándome por mi número de cuenta para mandarme algo de dinero, Abu Imad no sabe que yo ya llamé a “Jack” quien, con un fuerte acento francés, se negó a hablar con esa mierda de periódico, Haaretz, no insistí en hablar no sólo porque estaba segura de que Abu Imad no era de Hamás, sino porque hay tantas llamadas que hacer desde las seis de la mañana hasta medianoche, comprobar si todos estamos vivos, Salwa ríe, está bien, está bien, hacemos lo mismo, cada mañana nos llamamos unos a otros para comprobar que todavía estamos vivos, ella me tranquiliza, siempre su voz serena y tranquila, como si te estuviera contando una película en vez de lo de esa bomba que alcanzó al ministerio de educación, al otro lado de la esquina, impactó en el edificio y pensaste que había caído en tu casa, y todos los cristales de las ventanas saltaron hechos añicos pero los marcos de metal fueron arrancados y las puertas retorcidas de tal manera que necesitaste la ayuda de tres vecinos para repararlas, ahora el frío y el viento son inquilinos permanentes, no hay electricidad, olvídate de ella, es agua lo que necesitamos, y aun tenemos que consolarnos porque estamos comparativamente mejor que otros, oí en las noticias que un cohete Qassam impactó en Qiryat Gat, o sea Faluja, de donde era mi padre, y dije, perdóname Qassam, nadie me ha dado permiso para lanzar cohetes contra la tierra que una vez visitamos con mi padre cuando éramos jóvenes, él lo reconocía pese a que todas las casas habían sido arrasadas, la casa de mi madre en el campo de refugiados de Shabura en Rafah fue alcanzada, no directamente, sino por la onda expansiva de una bomba que impactó en una habitación cerrada en la plaza del campo, sabes cómo son esas casas, hoja de lata y amianto, ella se negó a evacuar y a ir con mi hermana hasta que el techo se derrumbó a apenas unos centímetros de su cabeza, su único deseo ahora es morir antes de que nos ocurra algo a nosotros.


traducido del ingles: Martin Alonso

1 comentari:

Jesús M. Tibau ha dit...

les desdefinicions d'avui diuen què en penso en una sola paraula