Sabado, 14 de julio
Hablando con Tal y Edna (activista de Mujeres de Negro), surge el tema del boicot a Israel. La primera insiste en su importancia como una de las pocas herramientas para obligar al gobierno a cesar en su actitud represiva hacia la población palestina. El boicot debe entenderse no solo como el llamamiento publico y de ámbito mundial hacia la no compra de productos israelíes (existen paginas en la red como la de Gush Shalom donde encontrar una relación actualizada de los mismos), sino también como una presión hacia nuestros respectivos gobiernos para que no inviertan en este país y para que adopten, además, sanciones económicas a su gobierno. Rebate el argumento clásico en contra del boicot (aquel que afirma que el mismo perjudica al pueblo y no a los gobiernos) insistiendo en que la organización social israelí atribuye la mayor parte de las rentas a la clase media establecida, y mayoritariamente judía, cuyos objetivos son coincidentes con los gubernativos. La clase trabajadora, compuesta básicamente por extranjeros (filipinos, tailandeses...) o árabes directamente no sufriría, bajo su juicio, las consecuencias de tales medidas. Sus palabras son estimulantes y enfatizan sobre la posibilidad de trabajar en ello y dejar de lado tentaciones derrotistas. A mi en cambio no se me va de la cabeza la reciente compra a Israel por parte del ejercito español de una serie de plataformas móviles de lanzamiento de misiles por un valor de 300 millones de euros. Adquisición realizada, dicho sea de paso, con el beneplácito de la clase política y de los medios de comunicación y, también, con la indiferencia de todos aquellos (y aquellas) que deberían/deberíamos no haber callado.
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Visita por la tarde a un kibbutz en las cercanías de Tel Aviv. La experiencia colectivista y socialista de buena parte de ellos acabo en los primeros noventas. Las circunstancias económicas y las desilusiones acumuladas obligaron a su privatización y hoy en día quedan como núcleos de viviendas, rodeadas de pequeños oasis de árboles y césped. Carlitos comenta que el capitalismo triunfa siempre, afortunadamente. Yo le miro sarcásticamente, sin que se entrevea en mi sonrisa ningún animo reprobatorio.
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